LA CASA
La casa de ellos, mi casa, ahora la casa de nadie.

Al comienzo habitarla se hacía una gran tarea. Cada vez que entraba en ella sentía que era un espacio inabarcable, que vivía en una gran casa. Mi recuerdo me traicionó al habitarla años después.

Cierro los ojos y la imagino inmóvil. Sin ningún ruido a su alrededor. Camino y desde que paso la puerta puedo divisar la mitad de ella. A la derecha esta el comedor y la sala, al frente la larga cocina y a mi izquierda el pequeño sofá, la cama del perro y la biblioteca de él. Entro al comedor y en la esquina está la maquina, esa maquina que ahora no suena y esta tapada de un montón de telas que hace casi la presencia de su cuerpo debajo de estas, imperceptible. Me acerco a la maquina y quiero esculcar los cajones, donde nunca había hilo sino millones de tesoros que ella escondía con y sin intención para proclamarlos después suyos, aunque su pertenencia primaria fuera mía o simplemente de la casa.

Me doy cuenta que no puedo pasar a las otras partes, hay un montón de cosas que no me dejan pasar, no se que pasa. Es como si el espacio fuera más pequeño, lleno de grandes acumulaciones del tiempo. El tiempo ocupa espacio, mas del que creemos, sólo que estamos sumergidos en él, no nos damos cuenta. Era como si la casa no quisiera soltar nada, y todo lo retuviera en un limbo constante, entre el pasado y el presente solamente no pudiera entrar.


El tiempo ocupa espacio.
No pasa desapercibido.
La casa se volvió pequeña y ya casi no entraba nadie... a susurros a gritos me trataba de encontrar y no me escuchaban las paredes ni nadie más.
La casa era grande.

Más que todo era fría, tan silenciosa que a veces, aunque hubiera gente uno se sentía solo. Cuando abrías la puerta se encontraba la cocina

- ¿Por qué no quieres entrar?
- ¿Y sí va a haber café?
- El café no lo toman los niños.
- Pero siempre me da…
- Bueno… sí va a haber. Entonces, ¿entras?
- Sí
- Abre la puerta, hacia la izquierda.